01 de novembre 2006

Manifestantes mal orientados

Por segunda vez en cuatro meses las calles francesas se han llenado de policía antidisturbios, gases lacrimógenos y juventud saqueadora. Pero la similitud es engañosa. El pasado noviembre, eran los hijos de los inmigrantes del norte de África en sus tristes suburbios quienes estallaban por la frustración de no tener trabajo ni futuro. Era difícil no sentir simpatía por su causa. Esta vez, los privilegiados estudiantes universitarios están protestando por lo que ellos consideran que es una agresión a la seguridad del empleo, que ellos consideran un derecho de nacimiento. Pero la reforma laboral a la que ellos se oponen es necesaria.

Sin embargo, el jefe de Gobierno francés, Dominique Villepin, al hacer oídos sordos a las protestas, está actuando equivocadamente, al no saber vender la ley a los estudiantes, a los sindicatos y a la sociedad. Los sindicatos amenazan con huelgas si Villepin no negocia, aunque su ley sea una tentativa razonable para remediar el serio problema. La resistencia a la ley se basa en una férrea defensa de la seguridad del puesto de trabajo, que los franceses, al menos los que tienen uno, juzgan sagrado. Ello ha creado un apoyo muy amplio a las protestas.

Sin embargo, son dramáticas las imágenes de los disturbios y de los enfrentamientos localizados y relativamente breves. Antes de que vaya a peor, los estudiantes deberán cesar en concentrarse sobre sus privilegios y observar el llamamiento de Jacques Chirac para un diálogo creativo sobre cómo pueden ayudar a resolver el problema real que se plantea a su generación.

The New York Times (27/03/ 2006)

La Vanguardia (29/03/2006)

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