02 de novembre 2006

Barcellona Pozzo di Gotto. De cómo el lío italiano tiene huella catalana

Barcellona tiene uno de los monumentos más grandes de Sicilia. Frente a la estación del tren, una semilla de naranja alcanza la altura de una casa de tres pisos en homenaje a los beneficios que el más sabroso de los cítricos ha reportado a la población siciliana que menos puede disimular el dominio que los catalanes ejercieron sobre la isla. Cuando el Mediterráneo, vírgen todavía América, era el mar de todas las intrigas. Agazapada en la llanura de Milazzo, Barcellona-Pozzo de Gotto se halla a cincuenta kilómetros del estrecho de Mesina y a muy poca distancia de la costa del mar Tirreno, allí donde se intuyen las islas Eólicas, humea el volcán de Stromboli y Ulises resistió al canto de las sirenas.

La huella de los catalanes en Sicilia tiene menos arte que la de griegos, árabes y normandos, pero políticamente fue importante. Sicilia sería de otra manera sin los catalanes; palabra de Benedetto Croce. El gran intelectual italiano de los años veinte escribió que el dominio catalano-aragonés estranguló la posibilidad de una Sicilia comunal y burguesa. Croce fue el Ortega y Gasset italiano, aunque con mayor pasión política y con una nítida línea antifascista después del asesinato de Giacomo Matteotti, el primer gran error de Mussolini. Moldeado por la dialéctica de Hegel, creó un cuadro intelectual de vastas dimensiones que el Partido Liberal, condenado pronto a la pequeñez, no pudo transformar en programa de gobierno. Desde el flanco marxista, de un marxismo turinés perplejo ante el fenómeno ruso, Antonio Gramsci le discutió, confluyendo ambos en la avenida principal del historicismo. Sin Croce y Gramsci - y sin el Vaticano- la Italia contemporánea no se entiende.

Sostiene Croce que las vísperas sicilianas fueron un levantamiento protoburgués que no logró cuajar como revolución; que no consiguió transformar Palermo y Mesina en la Florencia y la Pisa del sur del Mediterráneo. La noche del 30 de marzo de 1282, las campanas de Palermo llamaron a la rebelión. Cuenta la leyenda que todo explotó después de que un soldado francés de los Anjou ofendiese a la joven esposa de un noble local: la manoseó buscando armas escondidas. En pocas semanas no quedó ni un solo francés vivo en la isla. Un fermento antifeudal había explotado, pero los hilos de la alta política se habían movido desde Barcelona, donde vivía exiliada una parte de la nobleza normanda, recién expulsada de Sicilia por los Anjou. El dominio de la isla, pieza clave del Mediterráneo, era de gran importancia estratégica para los catalanes, pero también para el Papa de Roma, a su vez enfrentado con las fuerzas imperiales germánicas. El rey Pere II el Gran tomó posesión de Sicilia y con ello metió el pie en el avispero de los güelfos (papistas) y los gibelinos (imperiales). Previsor, mantuvo Sicilia como reino confederado, pero sus hijos acabaron litigando por ello. Agobiado por el Papa, Jaume II pactó en 1295 la devolución a los Anjou, ante lo cual su hermano Frederic, lugarteniente de la isla, le respondió que naranjas de la China; mejor dicho, de Barcellona-Pozzo di Gotto. "La conselleria de Sicília és meva",vino a decirle el hermano autonomista al rey trovador. Allí cristalizó Sicilia como sociedad sin Estado; como laberinto sin fin. Allí comenzó a fraguar la gran escisión entre el sur itálico, opaco, feudal y enredado, y el centro-norte, comunal y burgués (y no menos enredado). Allí comenzó a dibujarse la Italia de hoy.

Y de las vísperas sicilianas, cuenta la leyenda, surgió la palabra mafia (Morte Ai Francesi Independenza Anela). Otras versiones sostienen que el origen de la palabra es árabe (muffia), pero lo cierto es que el fenómeno mafioso no se explica sin el reiterado fracaso del poder burgués en Sicilia. La mafia nació como brazo armado de la nobleza local: para mantener el orden y para regular las relaciones de poder con quienes vinieron después de los catalanes (borbones, garibaldinos, saboyas, fascistas, anglo-norteamericanos en 1945, democristianos, berlusconianos...).

En Barcellona lo saben bien. Bepe Alfano, un periodista local que metió las narices donde no convenía cuando fueron adjudicadas las obras de la autopista Mesina-Palermo, fue acribillado a balazos en enero de 1993. Meses antes, él mismo había advertido a su familia con una frase terriblemente siciliana: "Soy un muerto que vive".
Enric Juliana
(La Vanguardia, 07/04/2006)

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