El error persistente
Durante tantos años Europa ha estado acostumbrada a sus judíos humillados, vilipendiados, torturados y finalmente asesinados, que ahora que éstos se defienden con uñas y dientes ante los persistentes ataques de sus enemigos -cercanos y lejanos-, ahora les reconoce su derecho a defenderse pero no demasiado. Les concede, sí, que asuman la protección de su propio destino, pero, como se dice en catalán, fent bondat.
Y no, no, señores míos, buenas conciencias de la prensa y de la Iglesia, profesionales de las vestiduras rasgadas por causas remotas y nobles, Israel no sólo hace lo que debe hacer, sino que no le dejan otra opción. La guerra, qué duda cabe, no le gusta a nadie, como no le gusta a nadie que atenten en trenes o metros aquellos cuya misión es el negro califato de Occidente.
El enfrentamiento entre el islam más furibundo y la cultura occidental es inevitable no porque Europa y Estados Unidos lo quieran así. Que quede claro: miles de musulmanes norteamericanos y de musulmanes europeos viven entre nosotros en éste y en el otro lado del Atlántico sin que se los moleste, pero cada vez menos cristianos, para no hablar de judíos, pueden vivir tranquilos bajo la media luna.
La radicalización de los sectores más duros del islam es producto de sus propios fracasos, de su incompetencia técnica y, muy especialmente, de una ideología -la chií- que ve en la muerte violenta una alegría, la apertura hacia un mundo mejor.
Sin embargo, como es difícil, y hasta duro, asumir que uno es un fracaso, un despropósito demográfico, y vive en sociedades que desprecian a la mujer y mantienen a sus masas en la ignorancia mientras los jeques y los señores de siempre se reparten los beneficios del oro negro sin soltar prenda, hete aquí que es mejor culpar a los otros: judíos o cruzados cristianos, el imperialismo, el capitalismo, la trilateral y la ostra en rama. Es menos doloroso y salvaguarda el honor. Al revés que el islam, cada vez que Occidente ha querido avanzar en su camino ha comenzado por criticarse a sí mismo.
Cuando un error persiste demasiado tiempo, es difícil erradicarlo. Liberado el Líbano ocupado por los israelíes, desocupada parte de la franja de Gaza, ¿qué hicieron sus pobladores? Armarse hasta los dientes y continuar la lucha armada bajo la errónea creencia de que el enemigo sionista se iba a casa ¡derrotado! No entienden, no comprenden que Israel no puede permitirse perder una sola batalla y que hará lo posible, una y otra vez, por hacerles pagar muy caro a sus detractores y aniquiladores potenciales la estúpida osadía de intentar, por enésima vez, destruir a quien defiende su milenaria casa.
Porque ahí estriba parte del error: el ignorar que los judíos están en esa tierra por razones históricas profundas y reales, y no por que sí, como meros colonizadores. Si ya es difícil que dos personas normales vean lo mismo, imaginemos cuanto más lo es que un vidente y un miope tengan la misma percepción de la realidad. Lo que Herzl (fundador del sionismo político) vio salvó y produjo vida; lo que fantaseó Jomeiny no ha traído al mundo más que opresión, sufrimiento y muerte.
El pueblo de Israel vive y su eternidad no será desmentida, reza un antiguo dicho. Lo demás es la dolorosa, triste, inevitable anécdota de los muertos inocentes, un día tuyos y al siguiente míos. Lo demás son las buenas intenciones que tapizan el camino hacia ninguna parte.
Y no, no, señores míos, buenas conciencias de la prensa y de la Iglesia, profesionales de las vestiduras rasgadas por causas remotas y nobles, Israel no sólo hace lo que debe hacer, sino que no le dejan otra opción. La guerra, qué duda cabe, no le gusta a nadie, como no le gusta a nadie que atenten en trenes o metros aquellos cuya misión es el negro califato de Occidente.
El enfrentamiento entre el islam más furibundo y la cultura occidental es inevitable no porque Europa y Estados Unidos lo quieran así. Que quede claro: miles de musulmanes norteamericanos y de musulmanes europeos viven entre nosotros en éste y en el otro lado del Atlántico sin que se los moleste, pero cada vez menos cristianos, para no hablar de judíos, pueden vivir tranquilos bajo la media luna.
La radicalización de los sectores más duros del islam es producto de sus propios fracasos, de su incompetencia técnica y, muy especialmente, de una ideología -la chií- que ve en la muerte violenta una alegría, la apertura hacia un mundo mejor.
Sin embargo, como es difícil, y hasta duro, asumir que uno es un fracaso, un despropósito demográfico, y vive en sociedades que desprecian a la mujer y mantienen a sus masas en la ignorancia mientras los jeques y los señores de siempre se reparten los beneficios del oro negro sin soltar prenda, hete aquí que es mejor culpar a los otros: judíos o cruzados cristianos, el imperialismo, el capitalismo, la trilateral y la ostra en rama. Es menos doloroso y salvaguarda el honor. Al revés que el islam, cada vez que Occidente ha querido avanzar en su camino ha comenzado por criticarse a sí mismo.
Cuando un error persiste demasiado tiempo, es difícil erradicarlo. Liberado el Líbano ocupado por los israelíes, desocupada parte de la franja de Gaza, ¿qué hicieron sus pobladores? Armarse hasta los dientes y continuar la lucha armada bajo la errónea creencia de que el enemigo sionista se iba a casa ¡derrotado! No entienden, no comprenden que Israel no puede permitirse perder una sola batalla y que hará lo posible, una y otra vez, por hacerles pagar muy caro a sus detractores y aniquiladores potenciales la estúpida osadía de intentar, por enésima vez, destruir a quien defiende su milenaria casa.
Porque ahí estriba parte del error: el ignorar que los judíos están en esa tierra por razones históricas profundas y reales, y no por que sí, como meros colonizadores. Si ya es difícil que dos personas normales vean lo mismo, imaginemos cuanto más lo es que un vidente y un miope tengan la misma percepción de la realidad. Lo que Herzl (fundador del sionismo político) vio salvó y produjo vida; lo que fantaseó Jomeiny no ha traído al mundo más que opresión, sufrimiento y muerte.
El pueblo de Israel vive y su eternidad no será desmentida, reza un antiguo dicho. Lo demás es la dolorosa, triste, inevitable anécdota de los muertos inocentes, un día tuyos y al siguiente míos. Lo demás son las buenas intenciones que tapizan el camino hacia ninguna parte.
MARIO SATZ , filólogo
La Vanguardia, 24-07-2006
La Vanguardia, 24-07-2006
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