30 de novembre 2008

El progrés i la tradició

Com cada any, pel dia de la festa nacional, a la nostra ciutat s'organitzava una desfilada. El governador sortia al balcó i la població desfilava a baix. I no hi havia problemes.
Però enguany va arribar la democràcia i amb la democràcia van començar els problemes.
De fet a partir d'ara és la població que hauria de ser al balcó i el governador qui hauria de desfilar a baix. Però no podia perquè havia deixat de ser governador i formava part de la població.
Així que va sorgir el problema de qui havia de desfilar davant de la població.
D'acord amb el principis de la democràcia, la població hauria de desfilar davant de si mateixa. Però ¿com fer-ho? Només mitjançant una representació. De manera que es va acordar que desfilarien els diputats del Parlament, és a dir els representants de la població democràticament elegits.
Però el balcó va resultar ser massa petit per poder contenir la població. Així que es va decidir col·locar els representants al balcó i la població a baix. Al cap i a la fi, si els representants representen la població, tant és que la població desfili davant dels representants o els representants davant de la població.
Va arribar el dia de la festa. Els respresentants de la població es van posar al balcó. Aquells que no havien aconseguit obrir-se pas a empentes fins a situar-se a primera fila s'amuntegaven a la porta, i uns quants, de braços excepcionalment forts, penjaven dels costats. Va començar la desfilada.
I tot hauria anat bé si no s'hagués enfonsat el balcó. Ja que estava podrit. Abans aguantava, perquè només hi pujava el governador, però quan va arribar la democràcia es va enfonsar.
No es pot negar que els canvis han arribat. Però també continua la tradició. Ja que igual que no hi havia diners abans, tampoc n'hi ha ara. El que passa és que abans n'hi havia prou d'apuntalar el balcó amb qualsevol cosa i ara se n'ha de construir un de nou.

Mrozek, Slawomir. Joc d'atzar. Barcelona: Quaderns Crema, 2001. 108 p. (Biblioteca mínima; 96). ISBN 84-7727-325-1

26 de novembre 2008

Periodismo que se entienda

El cisco lingüístico de la semana pasada (en Catalunya se produce de media, y como mínimo, una polémica lingüística por semana; sí, resulta muy pesado) se desencadenó por unas declaraciones del filólogo Joan Martí i Castells, que ocupa el cargo de presidente de la Sección Filológica del Institut d'Estudis Catalans (IEC para abreviar: se trata de un organismo más o menos paralelo a la Real Academia de la Lengua, que limpia, fija y da esplendor a la lengua de Joan Vinyoli). Se le ocurrió a Martí i Castells denunciar la pobreza lingüística que se exhibe impúdicamente en los medios de comunicación audiovisuales que se expresan en catalán (para que se hagan una idea, una pobreza comparable a la que se puede escuchar en los medios que se expresan en castellano). Sostenía Martí i Castells que resulta inconcebible que alguien ejerza de comunicador en Francia, el Reino Unido o Italia sin dominar bien el idioma correspondiente, y se hacía la siguiente reflexión: “A la persona que no tenga una competencia muy buena en la lengua que sea, en este caso la catalana, se le debe recomendar que se retire de esta función [la de comunicador] hasta que no obtenga esa competencia”. Después añadió: “Llámelo sanción económica o destinación laboral diferente”.

Tiene razón
Por supuesto, estas palabras encendieron la muy corta mecha de la susodicha polémica semanal, y en cuestión de nanosegundos ya teníamos plenamente animada la verbena de los demócratas sempiternos, entonando su canción favorita: que en Catalunya existe un totalitarismo lingüístico, que se persigue por la calles con un garrote a los hablantes de castellano y que esto se parece cada día más a la Alemania nazi. En esta ocasión, contaron con el inesperado coro de los aludidos, es decir, de los periodistas catalanes, algunos de los cuales arguyeron que los pilares del periodismo son el cumplimiento del código deontológico y la libertad de expresión. Uno se siente totalmente de acuerdo con tales observaciones, pero el caso es que no dejo de preguntarme qué libertad de expresión puede practicar un individuo que sólo alcanza a chamullar toscamente su propio idioma, ni tampoco qué rayos puede llegar a comunicar alguien que no domina ni por asomo la herramienta básica de la comunicación, que, mira por dónde, no es otra que el idioma, se trate de catalán, castellano, alemán o arameo. Dicho en otras palabras y en resumen: el pobre señor Martí i Castells, a quien le cayeron encima todas las furias, tenía más razón que un santo. El periodismo, ciertamente, debe ser veraz, contrastado e independiente, pero hay una condición necesaria e incluso previa a todo esto, y es que se entienda. Y a quien no sepa hacerse entender debidamente, hay que derivarlo hacia otras tareas. O descontarle del sueldo las clases de repaso y las sesiones del logopeda.

Sebastià Alzamora, Público, 24-11-2008

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07 de novembre 2008

800 años no son nada

No todos los días se tiene la oportunidad de conmemorar el 800 aniversario del nacimiento de un rey que a justo título puede considerarse el padre de la patria, que no es precisamente poco. El presente año se acerca a su fin y en Catalunya parece que la figura de Jaume I no interesa más que al reducido núcleo de los especialistas y al ámbito científico, que por definición es discreto y recatado. El que sin ningún género de dudas es el monarca más popular de la casa condal de Barcelona se ha quedado, pues, sin festejo. Ni el Ayuntamiento se ha querido acordar de un personaje que contribuyó con sus decisiones legisladoras al fortalecimiento del poder municipal, ni la Generalitat más catalanista de todas las Generalitats habidas hasta ahora y seguramente por haber por los siglos de los siglos ha sido capaz de organizar siquiera una exposición en el Museu d'Història de Catalunya (que, por cierto, estaba preparada, y que desde el Govern, zona ERC, se desestimó olímpicamente). Ni haber dado forma al Consell de Cent de la ciudad en 1265, ni haber puesto los cuatro palos en Mallorca y en Valencia, creando un nuevo estado después de la asfixia de Muret, deben ser méritos suficientes para nuestros ínclitos gobernantes.

En Valencia, en cambio, andan absolutamente desacomplejados, y mientras el rey da nombre a una institución de signo pancatalán, los organismos oficiales, todos en manos del partido conservador, cuya ideología sobre el tema no hace falta ni mencionar, no paran. Y además lo disfrutan. Y, lo que es mejor, ni censuran ni van con componendas. En septiembre se representó, basándose en el homenaje que rindió a Jaume I el rey Alfons el Magnànim, la cabalgata de entrada en la ciudad con 850 figurantes con trajes de época diseñados para el evento, y con participación de caballería pesada y ligera venida ex profeso de Inglaterra, que resultó espectacular y congregó en la calle, bajo una lluvia torrencial, a una sorprendida y emocionada multitud. En estos mismos días se puede contemplar una muestra titulada Jaime I, rey y caballero en el magnífico edificio del Almodí, dedicada esencialmente a las armas del siglo XIII, cristianas e islámicas, con piezas extraordinarias como la espada de san Martín, hoy en Francia en su Museo del Ejército, y que perteneció a los reyes de Aragón. En Valencia, el que no se ha enterado de que el rey cumplía años es porque además de sordo no veía tres en un jumento.

Aquí es al revés. El que se ha enterado es porque es aficionado a la historia y se ha preocupado de los coloquios y actos diversos a cargo de entidades privadas. Uno se pregunta cómo es eso posible. ¿No será porque hay un interés de fondo en hacer creer que la historia empieza con la Segunda República y la Guerra Civil, y el resto son divagaciones de erudito y zarandajas de romántico?

Anton M. Espadaler, La Vanguardia, 01-11-2008

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